La poesía de Alberto Girri y Juan L. Ortiz permite conceptualizar la ética como una experiencia que excede el representar o el valorar del ego cartesiano. Al prescindir de la atribución prescriptiva, se vuelve entonces ética del apartamiento. El habla del poema se aleja del “es” y responde a una interpelación cuya procedencia se ignora. Intentar escucharla implica seguir una línea móvil e inestable y unir aquellos puntos en los que la palabra oscila entre el enunciado y la región ilocalizable de su aparición. El decir resuena en la positividad de lo dicho y perturba la clasificación o la organización del catálogo. Renuente a la condición o al fundamento, prescinde del lazo referencial y arruina la unidad de presencia de lo efectivamente computable y a la mano del “querer-asir”. Deja en el poema las huellas invisibles de un acontecimiento incierto. La multiplicidad adviene. No tiene freno. Tampoco dura. Sólo se multiplica en la inminencia de un comienzo incesante. De allí surge la inclinación de los poemas de Girri a situarse por fuera de sí mismos y a dar curso a un pensamiento inacabado y asistemático o, en el caso de Ortiz, la tensión agónica entre el ensimismamiento y el abismarse del paisaje. Si bien nos encontramos frente a dos poéticas evidentemente distintas, en ambas subsiste la pregunta por el irrepresentable entrar en presencia de lo presente o la sustracción del ser-cosas de las cosas que son. Sobre esa base, aquí ofrecemos a la lectura las articulaciones que las reúnen.